Corría el año 1931, la democracia popular prorrumpía en las Cortes españolas y el pueblo español se desprendía de la monarquía para acoger la II República. En esa situación era habitual que la gente tuviera contradicciones entre seguir con la tradición o ser consecuentes con su ideario.
Este dilema lo tuvo un pueblo de Sevilla cuando se acercaban sus fiestas patronales en honor al santo del pueblo "San Bruno", los anarquistas, mayoritarios en el pueblo, discutían entre realizar la ofrenda al santo y quedar mal con la Jefatura cenetista o no realizarla y perder todo el jolgorio ímplicito en dichas celbraciones.
Al final un cenetista de dicho pueblo tuvo la solución perfecta, hacer del sindicato al Santo y efectuar la fiesta en honor a un compañero y no a un Santo.
De este modo, todos quedaron contentos, el pueblo sevillano pudo celebrar sus fiestas al correligionario anarquista San Bruno.
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